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Observa tus pensamientos como si fueran una película en la pantalla de tu mente.

Siéntate con un bol de palomitas, con curiosidad, dejando que cada escena transcurra sin querer detenerla ni cambiarla. No te enredes en los giros de la trama.  Unas son intensas, otras ligeras, pero todas pasajeras. Simplemente disfruta el espectáculo, porque incluso el caos tiene su propio ritmo.

De pronto, aparece una mancha, como un trazo inesperado en un lienzo.

Pero no es cualquier mancha, es como si pintaras con palomitas de azúcar, de esas que explotan en colores vivos y dulces.

 

Al principio, todo parece confuso, como si los pensamientos se agolparan sin orden. Pero algo cambia cuando te detienes a observar sin intervenir: cada color comienza a brillar, a encontrar su lugar.

 

Las manchas se transforman en paisajes, y lo que antes parecía desorden, ahora es arte.

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